lunes, 22 de septiembre de 2008

INICIOS DEL INTERIORISMO EN HONDURAS


presentacion Tulio Cordero 18-1-99

Conservo en mi archivo unos apuntes históricos sobre los inicios del Interiorismo en Honduras. Tulio Cordero, de muchos conocido, es un poeta-sacerdote, ensayista y escritor. En una visita a Honduras dejó un dulce sabor de boca en esta tierra de hondos surcos humanos. Hube depresentar al público a Tulio, mi colega, con las palabras que siguen. Las comunico a todos ustedes porque, dentro de la sencillez y modestia, son significativas por estar referidas a una persona de una trayectoria conocida en Santo Domingo. Acaso sirvan para los recopiladores de pequeñas cosas.

Conferencia sobre Interiorismo en el Museo De Antropología e Historia, 18 de enero de 1999. San Pedro Sula, Honduras.

Distinguidas Señoras y Señores: «Pido la paz y la palabra», como dijera el poeta Blas de Otero; la paz como fruto de la justicia y la palabra como manantial del lenguaje, de la poesía. «El halago de las palabras, cuando no corresponde con la realidad, dice Demóstenes (Disc. Político, p. 50) se convierte en castigo». Sin olvidar esta advertencia, permítanme, que les diga algunos rasgos en torno al ilustre poetaTulio Cordero.

¿Quién es Tulio Cordero? Es un sacerdote poeta que va "buscando los arroyos sonoros en arenosas calles" (Lope de Vega, poema: El siglo de oro). Es un hombre de hoy con destellos de la mística hispánica, tan celebrada por los críticos dela Edad de Oro; un poeta con improntas de la mística china y oriental.

Los vivos ojos inquietos de nuestro poeta, escudriñan la ladera oculta de la realidad visible para ver con los ojos del alma, el rostro de un Tú sólo diferenciable desde el umbral de su interioridad más íntima. El inconfundible y célebre San Juan de la Cruz ilustra lo que queremos mostrar cuando dice: «véante mis ojos, véate yo cara a cara con los ojos de mi alma, pues eres lumbre dellos» (Cant. Esp., canción 10)

Lo más original de nuestro eximio poeta no es que vea intuitivamente con los ojos del alma, sino que vea con los ojos del entendimiento, es decir, con la inteligencia, las cosas que no se pueden ver a simple vista. Octavio Paz, el más grande de los poetas mejicanos, y posiblemente el más relevante de todos los críticos de fin de siglo en América Latina, dice a este respecto: «hay una parte escondida que no podemos ver con los ojos, sino con el entendimiento» (Llama Doble, p. 44).

A mi juicio nuestro poeta posee la dote tanto de mirar místicamente las cosas y los acontecimientos y la dote de mirar con el entendimiento más allá de lo que lo hacen los demás mortales. Tulio Cordero tiene otra faceta original: su alma fecunda. A propósito de esto dice O. Paz: "Aquellos que son fecundos por el alma, conciben por el pensamiento: poetas, artistas y sabios" (ídem o.c.).

El alma de nuestro invitado, tengan la certeza de ello, es sumamente feraz como las tierras del valle de Sula. Su vasta cultura y su espíritu superior lo caracterizan como uno de los poetas más importantes del Movimiento Interiorista.

Por su intelecto ha concebido obras importantes, entre ellas Latido Cierto, primer libro de poesía, Si el Alba se tardara y La Sed del Junco. Y para que el hacha de la máxima de Demóstenes deje de amenazarme debo decir, para terminar, que Tulio Cordero es licenciado en Filosofía por la PUCMM, 1986 y licenciado en Teología en el Teresianum de Roma, en el año 1992. Es profesor deTeología en el Seminario Santo Tomás de Aquino y coordinador del Grupo de poetasy escritores Fernando Arturo Meriño.

Es un creador de opinión en uno de los periódicos más influyentes de la República Dominicana; es, por otra parte, crítico y ensayista, poeta interiorista, pintor y músico, laderas éstas menos conocidas, pero vivas en supersonalidad.

Finalmente, nuestro poeta es un pequeño Orfeo cuya lira de agua estremece de ternura y cuyas palabras son dulces y suaves como agua que engendra vida más allá de las sombras temblorosas del mar de una mirada azul.Tulio es de esos seres que deja vida a su paso, como escribiera A. Machado: «Oh, agua buena, deja vida en tu huida» (poema del día).

PRESENTACIÓN DEL "EL INTERIORISMO" EN BUENOS AIRES

Esta conferencia fue dada en el Centro de Farmación de Profesores de Buenos Aires, Argentina, septiembre de 2003. Tuve la cooperación incondicional del poeta Carlos Alberto Roldán y la solícita cercanía de Susana Santamarina.

1. Origen del Interiorismo.

El Movimiento Interiorista es una corriente de creación literaria que nace como fruto de la inquietud de un grupo de intelectuales, escritores y poetas en la República Dominicana en el año 1990.

El Ateneo Insular es el ente jurídico que ampara la nueva estética. En el mismo año de fundación se realiza el I Congreso del Ateneo Insular en el cual se hace público el ideario estético del movimiento recién nacido. Siete grupos o talleres literarios apoyaron la primera fase del Ateneo Insular.

Posteriormente se realizan coloquios con poetas importantes, como el puertorriqueño Francisco Matos Paoli; encuentros nacionales y locales para seguir el trabajo de promoción interiorista.

El Ateneo Insular, que es presidido por el actual presidente de la Academia Dominicana de la Lengua Española, el Dr. Bruno Rosario Candelier, ha editado varias antologías: Poética Interior, 1992, El Movimiento Interiorista, La Creación Interiorista y El Interiorismo. Ha publicado el folleto Por las amenas liras, el anuario Ínsulas Extrañas y una serie de libros con el sello del Ateneo. A ello hay que sumar la publicación significativa –fuera del auspicio del Ateneo Insular- de obras de diversos autores inspiradas en el interiorismo.

En la actualidad dominicana el Ateneo Insular, o sea, el Movimiento Interiorista, es la organización literaria: con mayor número de escritores afiliados; con numerosos grupos en todo el país y en el extranjero; con un ideario estético nuevo y articulado estructuralmente; con un equipo de intelectuales que dan seguimiento y formación a los que se incardinan en la estética interior; con un plan de trabajo, de formación y promoción permanentes.

El Interiorismo propugna el cultivo de la Realidad Trascendente, es decir, de aquello que se sitúa más allá de lo circundante y objetivo, más allá incluso de lo imaginario, para priorizar la atención a la voz del Yo profundo, la búsqueda de sentido, la valoración de lo Absoluto, la técnica, el tono interiorista, la aplicación de los principios y valores trascendentes sobre los cuales reposa la estética.

La Realidad Trascendente es una veta para la creación literaria, como lo es la realidad objetiva y la realidad imaginaria. El Interiorismo acentúa la Realidad Trascendente como un nuevo modo de ficción que comprende la visión mitopoética, metafísica y la mística.

2. Vertientes expresivas de la estética interiorista.

Vivimos en unos tiempos en que lo superficial predomina y casi todo es desecho. A penas si hay tiempo para mirar las cosas esenciales e importantes. Como una reacción el Interiorismo retorna a las cosas duraderas, vitales y trascendentes. La praxis interiorista no es nueva, lo es su estructuración teórica y sus postulados.

Es característico del interiorismo: a) Atención a la dimensión espiritual del ser humano. b) Exploración del Yo profundo, es decir, de la interioridad. c) Valoración del sentido de las cosas, fenómenos y acontecimientos. d) Atención a los valores interiores y permanentes: ternura cósmica, el amor divino, la paz inefable, la verdad profunda, la belleza sublime, la luz espiritual, etc.

El principio creativo del Interiorismo se fundamenta en el dato de que el ser humano posee en su interioridad unas “ínsulas extrañas” -como diría San Juan de la Cruz- na sensibilidad trascendente que permite sentir espiritualmente y descubrir el valor profundo de las cosas y de la naturaleza. El ser humano posee un potencial hacia lo sobrenatural y metafísico.

La estética interiorista tiene, pues como rasgos fundamentales: la búsqueda de lo divino, la expresión de los valores trascendentes, ternura hacia las criaturas y las cosas, valoración del sentido de lo existente y valoración de la verdad poética que resuena en el interior, el bien y la belleza sublime.

La técnica interiorista es el proceso de interiorización del creador que permite captar la singularidad de las cosas y la propia visión intelectual, emocional y sensorial del mundo.

La imagen interiorista pone al descubierto la visión o percepción particular y única del creador, el cual fusiona –en su búsqueda de lo intangible- los elementos sensoriales con los suprasensoriales.

El tono interiorista revela la empatía, cordialidad e identificación emocional del creador con aquello que lo concita.

3. El método interiorista.

La Poética Interior propone el método de los siguientes principios:


  1. Situarnos en el interior de la cosa para captarla, sentirla y valorarla como realmente es.

  2. Atrapar el impacto del mundo circundante en la conciencia del sujeto creador.

  3. Identificarnos sensorial, afectiva y espiritualmente con la cosa.

  4. Vivir y expresar los valores interiores, como empatía universal, ternura cósmica, silencio contemplativo o soledad sonora.

  5. Revelar verdades profundas, que son las verdades poéticas, verdades metafísicas o verdades trascendentes de vida.

  6. Exaltar los valores universales, como la verdad metafísica, la belleza sublime o el bien supremo.

  7. Desarrollar los poderes interiores con el concurso de los sentidos interiores, la capacidad de creación y la visión espiritual y estética del mundo.

  8. Identificar y expresar la voz interior y la voz universal como una forma de habitar interiormente el mundo con valor y sentido.

  9. Comprender y valorar la voz del yo profundo, el sentido de lo existente y la búsqueda de lo Absoluto.

  10. Ponderar nuestro vínculo espiritual con la Totalidad en razón de nuestra pertenencia a un destino mayor que confirma que somos uno con el Universo.

“El creador interiorista puede ver el mundo, por su sensibilidad trascendente, como lo veían los antiguos griegos o como lo sentían los que creían en los dioses, con el talante originario y puro que permite situarse en el mundo como parte entrañable de la Naturaleza, sentir lo real como presencia viva de lo sagrado y valorar fenómenos y elementos como una expresión de lo divino. Esa sensibilidad trascendente hace posible la vivencia espiritual, la actitud numinosa y la creación artística que exprese ese sentimiento de sacralidad y misterio, de filiación y empatía cósmica, de vínculo con la Totalidad. Por consiguiente, optamos por lo real trascendente como veta creativa para asumir, interpretar y valorar la vertiente intangible que nuestra sensibilidad atrapa mediante la inmersión en la interioridad de lo existente o por la vía del mito, la metafísica y la mística. A la dimensión mitopoética se llega cuando se siente la presencia viva del mundo; a la metafísica, cuando interrogamos el sentido de cosas y fenómenos; y a la mística, cuando sentimos y afirmamos la presencia de lo divino” (Bruno R. Candelier”.


4. Filosofía de la estética interiorista:

    • Expresión de la interioridad de la persona y de las cosas mediante la auscultación de la voz interior. Se trata de escuchar la voz interior del ser, que nos reclama un ideal profundo y universal: “Oye la tierra / cómo gime larga. Son pasos, o su idea. No consigo / decir aún lo que en el pecho vive. / Vive tu sueño y mira tus cabellos. ¿Son ellos los que ondulan / cuando los pienso? ¿O es la noche a solas? / Oh tú la nunca vista y siempre hallada. / La no escuchada –y la siempre ensordecido. / De tu rumor continuo voy viviendo” (Vicente Aleixandre, Los amantes viejos).

    • Contemplación del mundo como expresión de lo divino. El mundo es expresión de la divinidad, expresión de amor y ternura sublime. Tulio Cordero: "Búscame Tú con tus ojos de rocío./Llámame Tú con tu voz de paloma./Sostenme Tú con tus manos de espigas./Y ríeme con tus dientes de lirio./Mírame y cuídame Tú/ que conoces ya todos los olvidos./Búscame Tú que sabes de memoria las puertas/(las has tocado todas)./ Y ámame con tu Centro zaherido,/ saltamonte de hiel, de miel y de trigo" ("Búscame").

    • Búsqueda metafísica o la búsqueda del sentido trascendente. Se trata de situarse reflexivamente frente al misterio para intuir el otro lado de la realidad, lo intangible, para atrapar el sentido de lo Absoluto. “Esta ventana está abierta hacia sí misma: / anillo entre dos sombras, / túnel por donde regresan mis ojos / a mi rincón de sangre. / Esta ventana no está abierta a nada, / no hay un chorro de humanidad / hirviendo entre sus párpados, ni un camino rodando en su distancia / ni el olor a presencia de algún pájaro. / Esta ventana no está abierta a todo, / no tiene un hombre hundido en su estatura / no tiene una lámpara empujando las tinieblas / no tiene un gato dormido en su misterio / ni una voz trepando los espacios” (José Acosta, Esta ventana)

    • La creación mitopoética como expresión sacral del mundo. Mirar el mundo como los que creían en los dioses, es habitarlo poéticamente, como algo vivo y sagrado. “Templo que el agua levantó dichosa / al dios que en la noche, solitario, pasa / hacia el bosque umbrío donde el verde / es sombra, / donde se hace inmensa la luna y el alma / templo de frescura, savia de los campos, / hacia ti, borracho de amor y ausencia / alzo mi esperanza, mi vida disuelta, mi existencia. / Arrebolada ternura, catedral de blancura: cuerpo / vientre estremecido del rocío, espuma de los vientos: cuerpo / lenta ola hacia un Mar perdido / espejo de sangre del ocaso. / Río de los sueños abogando tigres y amadas miradas / en su noche verde / ¡Oh río, oh templo donde mis ojos de agua beben lo que olvidan!” (Pedro José Gris, Oda a la nube)

    • Auscultación del lenguaje del yo profundo. Esto es, identificar la voz del ser, la voz de las cosas, la voz del mito, mediante la intuición y el instinto. “ Aquí me encuentro, me dije, / y empecé a sacar arena. / Luego vi el agua en el fondo, / y en ella el cielo y mi cara. / Después… / Me bebí el azul, pensando / que mi sed / no era de agua”. (Manuel del Cabral, Sed de agua).

    • Ternura cósmica en una compenetración sensorial, emocional, imaginaria e intelectual con todo lo existente. María del Carmen Soler: “Caminamos sin pausa la vida hasta la muerte./ Caminamos la suerte que nos toca, y es bueno/ que juntemos las manos a otras manos/ bailando una sardana solitaria./ Caminamos la vida con objetivos varios. /Caminamos sin pausa, el tiempo señalado/ y es bueno detenerse al borde del camino/ para escuchar la voz de las pequeñas flores/ que nos hablan de Dios” (“Caminamos”).

    • Valoración de la verdad interior, como verdad metafísica o poética. Es la verdad que cada persona intuye del mundo, una verdad profunda y trascendente. “He escrito la palabra profundo / y ha nacido un pozo en mi papel / donde cabe el mundo. Cruzo el / lindero de la palabra y ya profundo / es una mancha donde se pierde la mirada. / Escribo agua y bebo. Sangre y lloro. / Hoy todo lo escrito ha buscado su efigie / su osadía de ser, su forma. / Y he aquí escribo hombre / y surge alguien que me besa. / Escribo Dios y algo se esconde / y mi papel simplemente tiembla” (José Acosta, Transformación).

    • Canalización de los sentidos interiores: la intuición, la imaginación, el instinto, el sentido común y la memoria sensible. Estos sentidos nos abren a la vivencias entrañables y trascendentes, o sea, suprasensoriales. “…Salté por una brecha: eran las cuatro/ en este mundo. El cuarto era mi cuarto / y en cada cosa estaba mi fantasma… En sí mismas las cosas se abismaban / y mis ojos de carne las veían / abrumadas de estar, realidades / desnudas de sus nombres. Mis dos ojos eran almas en pena por el mundo. / En la calle la presencia / pasaba sin pasar, desvanecida / en sus hechuras,… Mirar deshabitado, la presencia / con los ojos de nadie me miraba: haz de reflejos sobre precipicios. / Miré hacia adentro: el cuarto era mi cuarto / y yo no estaba”. (Octavio Paz, Un despertar).

    • Aplicación de los valores interiores: el amor, la ternura cósmica, la verdad profunda y el bien, la belleza sublime, la paz interior, la soledad sonora, el anhelo de lo divino. “¡Vuelvo a nacer!... –Milagro de la aurora / repetida y distinta siempre…- / Soy la recién nacida de esta hora / pura. / Y como los niños buenos, no sé de dónde vine. / Silenciosa / he mirado la luz –tu luz…- ¡Mi luz! / Y lloré de alegría ante una rosa”. (Dulce María Loynaz, Vuelvo a nacer en ti).

    • El empleo de los signos interiores o metasemas. Estos apuntan a la realidad trascendente, a lo intangible. El metasema conjuga lo extrasensorial con lo sensorial. Éstos son: penumbra, neblina, humo, niebla, sombra, llama, murmullo, celaje, rumor, etc. "Hermano sol/ hermana luna/ pastando estoy con mi lobo/ en la soledad del alto aposento/ Escuchad el silencio del monje/ dormir con su flauta las cavernas/ La prontitud se aposenta en el no-tiempo del bosque/ donde los lienzos de sombra prístina/ se gozan en la eternidad de la hora" (Ramón Antonio Jiménez , Encuentro en la presencia).

    • El empleo de los símbolos interiores. Son recursos que el creador utiliza para simbolizar la realidad trascendente. A saber: la noche, el valle, el cirio, el espejo, el cocuyo, etc. “Oscuridad de los orígenes, / te amo más que a la luna / que deslinda el mundo / y que ilumina cualquier círculo / fuera del cual nadie sabe nada de ella. / Pero tú, oscuridad, todo lo tienes / en tu contra: rostros, llamas, fieras y hasta yo mismo, / como bestias de presa, / hombres, potencias… / Pero es posible que alguna inmensa fuerza / palpite muy cerca de aquí. / Creo en la noche”. (Rainer María Rilke, Oscuridad de los orígenes).

    • La vía de unión universal mediante el vínculo místico. Es el anhelo de vivir en armonía con la naturaleza, con la familia humana, y con el cosmos. "Fray Texada estaba inquieto. Se levantaba. Se echaba. Volvía a levantarse. De repente, bajó de la nao y a oscuras se internó entre los matorrales. Siguió la huella de celajes, de murmullos tal vez. Al fondo divisó una llama insinuante. Era un celaje de sombra, dijo. Y poco a poco fue distinguiendo la visión. La voz comenzó a aclararse. Sí, oyó una voz clara. Pudo comunicarse con el desconocido castellano..." (Bruno R. Candelier, Novela: El sueño era Cipango, “Arribo a la Española”).
(Debo los ejes de esta conferencia, al ensayo “Fundamentos del Interiorismo” de Bruno Rosario Candelier. ).

viernes, 19 de septiembre de 2008

GIOVANNI QUESSEP: "Preludios" (1980)


Preludios”, (1980). Este poemario de Giovanni Quessep inicia con una elegía que parte de la convicción de que, después de muchos desvelos de búsqueda existencial de la belleza, de vuelos presumiblemente altos, «Nada tiene ese azul / para darte la dicha, / nada esos árboles donde habitan / princesas que no son de la tierra». Sin embargo, el poeta, pese a esa desazón y vacío, mantiene una actitud positiva: «y aún conservas la esperanza, un vuelo».

El tono elegíaco adquiere relevancia en este reposado poemario, cuya fuerza radica precisamente, en reafirmar el compromiso con el arte. Bajo el supuesto de que «Quizá todo ha pasado / nada ya hay que hacer», de que ya todo está escrito y dicho en el arte, en la poesía, el bardo se resiste a la teoría del cansancio artístico, a la repetición y falta de novedad en la poesía: «Pero mis ojos buscan y hallan / lo que no tiene nombre» porque tiene la certeza de que «hay algo que no conocemos / y espera nuestra canción en el alba».

La desdicha de la que da cuenta el aeda se dice, no de la desdicha que proviene del fracaso o el infortunio social o económico, sino del destierro del bosque encantado. Él no es por naturaleza un duende o un hada, pero como poeta goza del privilegio de la visión de la fábula y se le concede únicamente poetizar, fabular, –desde fuera, como un exiliado– la leyenda: «La desdicha me acerca a mi destino / y a mi naturaleza verdadera […] Esperanza no tengo si no es en la leyenda».

El pasado, la belleza, la música que brota de la naturaleza, del cosmos, perdura en el tiempo. La misión del poeta es rescatar todo eso. Aún más, aquellas cosas que se ocultan a nuestros ojos e incluso lo que se nos resiste, tras afanosa búsqueda, a ser encontrado, son objeto de desvelos para nuestro aeda. Lo imposible se hace eco en el intelecto y de aquí se materializa en la palabra: «El alma sueña / lo que no hallamos y hace de ello un canto».

Preludios” es un libro cuyo vuelo es de crucero, es decir, un texto en el que autor adquiere la altura ideal de su obra creadora. La “poética de la fábula” a la que he hecho alusión en mi comentario al poemario “Madrigales de vida y muerte”, es en verdad, una clave de lectura que, al menos a mí, me ha servido para escudriñar el periplo de la obra poética de Quessep. El poeta teje y desteje un único discurso, el de la vida, el de la dicha de su alma, inmersa en el sueño y la leyenda «sin que ni tú ni yo sintiéramos / su edénico rumor de alondra, / fábula que se teje / del tiempo a nuestras manos, / sin que nada en nosotros revele que ya somos / pétalos de la rosa indescifrable».

El paraíso, el jardín de la inocencia, la felicidad, son fugaces. El hombre aspira a la felicidad y la busca, cosa, por cierto, legítima desde todo punto, pero algo lo impide. El carácter inmanente de nuestra naturaleza, esto es, nuestra dimensión antropológica, que de suyo es débil y vulnerable, frena o retarda la felicidad. El hombre tiende a la felicidad plena y eterna por naturaleza, pero a penas saborea bocados de la misma. El poeta se pregunta, al hilo de nihilismo, con el relato de Adán y Eva de telón de fondo: «¿No puede el hombre ser feliz? Por un designio / escrito en su memoria, lo dorado del tiempo / se mueve en la ceniza / y aparecen la culpa y la caída, pues todo edén es transitorio».

La obra poética conjunta de Giovanni Quessep está tejida, como hemos dicho, en la fábula, en la leyenda, el único lugar donde el sueño es realidad y donde la realidad es trascendida por el deseo y lo anhelos del alma. Existe la felicidad y la dicha, breves, sí, truncas, sin embargo inventarla poéticamente es un acto que sana las heridas y la fatalidad del mundo y la sociedad. El poeta levanta un escudo anticrítica: «No espero sino el escarnio, la burla / de quienes saben que la dicha no existe».

El poeta insiste en el hallazgo de ese reino perdido o, mejor, escondido. Percibe una voz que le llama a rescatar los retazos de la eternidad que se le revela como fábula: «alguien me nombra, y pienso entonces / que no todo he perdido de la vida […] y existo para alguien, para un azul o reino solitario, / pero es fiel mi demonio y torna el sufrimiento, / mi pasión en los valles de la muerte». Hay, definitivamente, una causa por la que el poeta se juega todas sus cartas: la poesía, su fábula favorita: «Juzgadme si queréis, / pero deseo irme / al mágico Jardín que en nuestra vida / teje y desteje la invisible rosa».

El amor, que aparece por primer vez como fuente de sentido existencial, se convierte en materia esencial del pensamiento de nuestro autor: «No quiero sino el amor / que me acerca a los míos […] Sólo quiero el amor, / lo celeste, lejos de todo». El aeda descubre, al fin, cuál es su destino, su última conquista: «Destino del poeta es el amor. / En tu país sin nombre ¿acaso has visto / a la que amó mi alma, a la celeste / pasión que me redime de la vida?». El destino del cultor de la palabra es, por tanto, sublime.

En “Preludios” se reafirma aquel pensamiento presente en “El ser no es una fábula”: «Todo te pertenece en esperanza». El poeta sabe que el amor es vida, su esperanza. Hay, pues, un giro en la poética de Quessep. Vuelve a resonar, como instrumento de fondo, el ruiseñor de Keats de “Duración y Leyenda”: «Ese pájaro no destinado a la muerte», sino al amor. La instancia última heideggeriana es, para el poeta, el amor, la vida. Esto es, en verdad, lo que dura, la leyenda. ¿No será que el Jardín, símbolo clave en toda la obra de Quessep, es un símbolo de la nostalgia de la felicidad y del amor? Queda lejos, creo, la desoladora atmósfera de “Madrigales de vida y muerte”: «Estoy cansado de llamar / a la puerta de los que amo». Y se perfila a un poeta maduro, no sólo en el oficio, sino en el pensar.

La vida, como el mar, es una paradoja. Mientras la dicha nos viene en la desdicha, como la bella flor en el fango, aguardamos que «el mar retorne a nuestra barca». Lo que buscamos es el goce del alma en las cosas pequeñas y diarias. Quessep se apoya en John Keats para sentenciar sus “Preludios”: «A thing of beauty is a joy fore ever (Una cosa bella es un goce eterno)».

martes, 16 de septiembre de 2008

GIOVANNI QUESSEP: "Madrigales de vida y muerte" (1978)

Madrigales de vida y muerte” (1978). Este poemario me trae a la mente la ineludible intertextualidad de la Rubén Darío: “Canto de vida y esperanza”. No es nada extraño que, para un autor culto y conocedor de la poesía hispanoamericana y universal, tenga la influencia de los grandes maestros de la lírica. Más aún de la lírica del más grande exponente del Modernismo, Rubén Darío.

De suyo los madrigales, tal como los concibe el bardo, son cantos, cantos rimados con maestría y cadencia al mejor estilo castellano. Hallamos en este poemario a un artista consumado y, podría decir, invariable, salvo en la temática, como veremos. “Madrigales de vida y muerte”, me adelanto tal vez un poco, contiene una lírica extraordinaria, sencilla, ágil. Me recuerda, por instantes, la espontaneidad de la lírica de Antonio Machado o Lorca, por citar solamente un par de ejemplos, y, por supuesto, Darío, como hemos apuntado arriba.

El poemario inicia con una sorprendente revelación emocional: «Estoy cansado de llamar / a la muerta de los que amo». Este es el punto de partida de “Madrigales de vida y muerte”. ¿A quiénes invoca el poeta: a los seres queridos de su “fábula”, a sus duendes y quimeras de sus sueños o a los de su raza y condición? Sean cuales sean esos seres amados, el poeta se siente abandonado de todos ellos, su soledad es la muerte. Su desdicha es tal que exclama: «Quiero vivir o morir, lo mismo / me debe ser la muerte que la vida». Por eso canta para revivir en la esperanza, en la desdicha: «¿Quisieras tú decirme la canción / de la esperanza o la desdicha?».

Nuestro autor siente un compromiso vital con la lira orfeica, es decir, con la palabra poética. Por eso no hay noche, muerte, que le impidan buscar aquel motivo por el que seguir cantando: «¿Quién ha perdido el sueño / y lo busca en la música o la sombra […] Ay de mí que te escucho en la penumbra, / me pierde la canción que me desvela». Es posible que Quessep al escribir estos versos se acordara del ruiseñor de Keats, cuya resonancia aparece en aquellos versos de “Duración y Leyenda”: «Que nunca será polvo / quien vio su vuelo / o escuchó su canto».

La muerte de la que habla el poeta es la del Fénix. Morir, sí, mas en el canto, en el poema, para, desde ahí, resurgir en la sonoridad, en la lírica. Morir es abrir los sentidos la vida, a la música del poema. Morir es callar para oír las cenizas, el polvo de la muerte en la viva palabra: «Callar es bello, entonces, / oír el polvo amado […] Dime, ¿qué azul me guardará en tu cuerpo / perdido, dime, hay otra forma / de no morir sino es el canto / que se desvela a solas?» El poeta muere cantando y es, justamente, esta muerte la que le da vida. La muerte ha de venir a cerrar nuestro ojos, qué duda cabe, y con ello el reino de las fábulas. Mientras tanto, «callar es bello en la desdicha».

El poeta auténtico, como pasaba con los profetas verdaderos de la Sagradas Escrituras, habla de lo que oye a otro, de lo que le dicta una voz profunda y misteriosa. De esto da cuenta Martín Heidegger en su ensayo “Hörderlin y la esencia de la poesía”. Para los profetas bíblicos Dios es el que habla, para los poetas, las Musas los dioses. El Jardín es para nuestro artista un símbolo trascendente desde el cual escucha la voz, la música de la lira de Orfeo. Angustiado porque no oye esa voz que le inspira, escribe: «Ya no puedo escuchar en el jardín profundo / donde solías empezar un sueño / de naves blancas por el mar oscuro». Este estado interior del poeta es una señal de muerte, por esta razón su canto es un canto enlutado: «Nada hay que responda / del ayer de tus pasos, / ni la viola de mi alma por los patios de piedra, / ni la pasión del enlutado canto».

El poeta se siente expulsado del reino de las hadas, lejos del paraíso, a oscuras, pero conserva la esperanza. El sueño o la leyenda contienen algo que perdura y trasciende la fábula. Y eso que perdura es eterno. Lo oye el poeta con claridad meridiana: «No sé de dónde viene / la canción que en la niebla / me da lo permanente y fugitivo / del sueño o la leyenda». Ni la muerte ni el olvido arredran al aeda que, impasible, avanza a la otra orilla: «pero mi alma ya sabe / de la orilla esperada».

Como el poeta no ha podido lograr atrapar del todo la fábula, la verdad poética que él ha descubierto como filón del arte, siente que la vida se le ha ido de las manos. ¿Quién, en verdad, alcanza la perfección del arte? ¿Quién es, siempre y en todo momento, un vocero fiel de la belleza, de a lira, de la poesía? No es extraño que nuestro artista sienta que, por no haber fabulado enteramente, algo se le haya ido de las manos. Se siente triste, de luto, cansado. No ha conseguido hilar el tapiz de su arte, es decir, comunicar todas sus vivencias poéticas, sus metáforas más queridas: «La vida se ha ido / por la desdicha, acaso / sin encontrar ya nunca / las fábulas que he amado […] ya es un telar cansado y polvoriento, / quizá mi muerte sean / los tapices que hallara por tu cielo».

No hay descanso para el corazón del artista. Se desvela por el canto porque sabe que el infierno o el paraíso, el castillo de sus sueños, la música de las alas de las hadas, son «la rueca invisible» con la que hila el tapiz de su poesía: «Si de la muerte fueras / infierno o paraíso […] no tendría mi corazón ese rumor del desvelado / que nos hace encontrar lo que perdimos / ya vuelto maravilla por el canto».

Violeta, la amada, la musa que le inspira, salva de la muerte al aeda; ella le devuelve el aliento, la razón última de la vida. Con resonancia clásica: «Adónde descendiste, / a qué región oscura, / para salvarme de la muerte / Violeta, por la luna». Así que, pese a no sentir la dicha plena de la creación artística, el poeta sabe que su misión es seguir fabulando.

Algo se le ha perdido por el camino al poeta. Siente no haber podido cantar toda la música del jardín, del bosque encantado de su sueño de donde surte la magia, la melodía, la dicha. Su única obsesión ha sido buscar el acceso al lugar de las hadas, lugar de los sueños. El poeta necesita el aliento de una “instancia superior” que le inyecte fuerzas como flor ilesa que vive en los pantanos, en la muerte. El que antes era convocado, el poeta, ahora invoca: «Yo anduve tras el sueño / enajenado de mi alma […] ¿Dónde estuviste que tu cuerpo / sabe de otra canción y vuelves / cubierta de polvo / de una pena mortal? […] De ti todo lo alejas / como las flores que en la muerte viven […] Vago solo por tu país / lejano de mí mismo y para siempre / llamándome en tu sueño / por los caminos de la muerte […] Si me nombraras desde ti, / si me nombraras, ay, si me nombraras, / mi corazón pudiera entonces / ver tu sombra cantada».

Madrigales de vida y muerte” viene a reconfirmar la “poética de la fábula” de Quessep. Las vibraciones divinas, las vivencias del alma son, para nuestro autor, dignas de ser pergeñadas por los poetas. Se lamenta porque falta quien teja con autenticidad los momentos en que la belleza sale al paso de la sensibilidad del alma. Los poetas tienen la misión de cantar el caer de la nieve, la música blanca de la luna, el rumor de quien pasa por el jardín: «Sólo, a veces, presiento / que a los cielos del alma / ya no los teje nadie y son apenas / el polvo de las fábulas». «Ay del cielo en mi alma / si el soñador no quiso / fabular en tus ojos / el paraíso […] Ah del jardín profundo / en todo lo perdido».

El paraíso poético de nuestro bardo es «ya fugitiva música del polvo». No puedes perdurar largo tiempo soñando. Terminado el hechizo, el encantamiento, vuelves a ser un simple mortal. La experiencia poética es, hasta cierto punto, extática y, por lo mismo, breve. Por eso, cuando ya ha pasado su encanto, nos deja ese sabor agridulce del que no quisiéramos saber nunca. Dentro del mismo acto creador, justo en que el alma conecta con la belleza sublime, el poeta descubre que esa gozosa experiencia es fugitiva: «Felicidad en ruinas / lo que ha visto mi alma en el encanto». Esto es, en la vida, la muerte.

Claro, si los sueños te traen la alegría, la felicidad, ¿qué mérito tiene soñar, fabular, si luego queda todo en ruinas? Eres feliz cuando sueñas, como Alicia ante el espejo, ¡pero qué infeliz eres cuándo te das cuenta de que todo era un sueño! Entonces surte la pregunta, ¿Merece la pena ser feliz, aunque sea sólo en la fábula?, ¿vale la pena el hechizo para caer en la desdicha del alma?: «Desdicha de los sueños / pasados, y mis voces / perdidas, que nombraban / las piedras o las flores […] Tornaban en la sombra / las voces encantadas: / Desdicha de ese polvo / que cae sobre el alma».

Parece que el poeta sí está dispuesto al hechizo. Sin la muerte, ¿cómo podríamos valorar la vida? El hechizo es más intenso si sientes que la muerte, el polvo, la noche, atenazan tu vida. En el fondo, la experiencia del acto poético es morir en el poema. La belleza le es dada el poeta en sueño, en la visión, para que desee volver a probar de sus mieles: «Volvería a sentir / el embeleso de la muerte».

Amar en sueños es amar poéticamente el mundo. Amar en sueños es vivir en la inocencia, en la bondad de la belleza. Soñar es un acto de felicidad, pero paradójicamente, es una desdicha. Feliz desdicha, pues, «flor de la muerte», el sueño: «¿No es ésta la desdicha / hacer del alma un sueño[…]?

En el poema “Madrigal del encantado” nuestro autor confirma certeramente nuestro comentario, acerca de su “poética de la fábula”. El poeta invierte la clásica noción de Calderón de la Barca de “la vida es sueño” y nos deja claro que es a la inversa: el sueño es la vida. ¡Genial!: «Yo soy el encantado / del sueño o del destino, / el que retorna de la muerte / con una rama de ciprés florido […] Torné a soñar, y el sueño sea la vida, / y la muerte una fábula del canto».

El poeta encantado ve el mundo, la vida, y las cosas todas desde este estado alterado de la conciencia. Violeta, su Beatriz en el séptimo cielo, su musa, inspira al poeta para que cante: «¿Me contarás en qué país nocturno / cantas para que el cielo se desvele, / o abra sus puertas al dolor del hada / que hila en tu corazón para la muerte?».

El madrigal “El que no ha de contar su fábula” es extraordinario. En él se vuelca enteramente el poeta, quien canta, aunque el tiempo lo devore. Inventa la magia de la palabra, la música de todo lo que parece ruina, de aquello que se ha perdido. De su sueño lo que perdura es al alma; de la muerte, de la fábula, la vida: «¿Por qué esta reina dolorosa / que en la noche de mi alma canta: / Deja los huertos de la vida, / bella es la muerte, cuéntame tu fábula? […] No sé de dónde es esta voz / que me ofrece el olvido de su música […] ¿Pero qué podría decirte desde las ruinas? ¿Qué podría decir / quien todo lo ha perdido? / ¿Cómo hablarte de mi desdicha? […] Mi vida es esto y nada más, / érase una vez, érase mi alma […] el que no ha de contar su fábula / sino a las hadas de su muerte».

El reino de la poesía es el de las hadas. El poeta se dispone a retornar a la cotidianeidad y salir del hechizo: «y guarda las cenizas / de la palabra o del encantamiento […] Vuelve más bien a la doliente isla / donde tu corazón es viento y polvo, / vuelve a tu nave púrpura / que eres de sueño y mar, amargo y solo».

Finalmente, “Madrigales de vida y muerte” es una obra madura, sincera. Queda depurada la poética de Quessep: la “poética de la fábula”, que consiste en situarse en el mito, en la leyenda, para desde ahí construir con palabra y tejer el poema, la obra de arte. Este ejercicio es, a veces, frustrante, doloroso, pero también te reporta momentos felices. Poetizar es fabular, es soñar un reino posible, diferente al que tantas desdichas nos trae. Esto es, a mi juicio, lo que hace Quessep, no sólo en estos madrigales, sino en todas sus obras poéticas.

sábado, 13 de septiembre de 2008

GIOVANNI QUESSEP: "Canto del extranjero" (1976)

“Canto del extranjero” (1976). Todos tenemos, de alguna manera, derecho a hacernos nuestro universo mental y vivir acorde a ese reino que es sólo nuestro. Tal vez nadie sea capaz de entender del todo qué motivaciones mueven lo hilos de lo que pudiera ser el Edén o el paraíso, el mío o el de otro, realidad imaginaria que se convierte en razón, en causa del arte poético. Ese reino se ve afectado por la amargura, la soledad, la desdicha y la muerte: «Vigiladora de violeta amarga / a la entrada del reino […] De dónde la desdicha / de nuestras naves en la noche blanca?».

En este poemario el autor, que ya ha recorrido trecho en su creación con sus libros anteriores, consolida su genio artístico, es decir, su propia voz. El recuerdo de seres amados que ya no están, pero que perviven en el recuerdo, inundan el alma del poeta con profunda melancolía: «Ni siquiera tus pasos recordados, / ese blanco rumor que te acercaba / por el cielo nocturno / por la oscura vigilia; […] No sé qué soledades / habitan tu alma, / no sé qué cielo impronunciable».

Voz y estilos propios caracterizan a Giovanni Quessep. “Canto extranjero” nos muestra a un poeta con una voz desgarrada, elegíaca, pero también con un estilo sereno, formal, culto. Elementos estos presentes en “El ser no es una fábula” y “Duración y leyenda”. Sus desvelos consisten en hablar de la vida y de la muerte, pero en sueños, así, encantado por las musas: «No han de cerrarse nunca / mis ojos que ya son / el polvo de otra luna […] Hablando en sueños de la muerte / entre flores y las ruinas […] Hablando en sueños de la vida / vendrá una sombra amada».

Ante la imposibilidad de volver al país de origen, a la cuna madre, al lugar de los ancestros, el poeta recrea esa memoria en sus versos. Es consciente de que su pasado se difumina inexorablemente y sólo la palabra hecha fábula poética, que también está sometida al tiempo, mantendrá vivo el recuerdo: «(Tejió el amor la túnica imprecisa) […] Dónde la oculta voz que te nombraba / El extranjero la doliente luna».

El mar, las naves que lo surcan, forman parte del imaginario artístico de Giovanni Quessep. La imagen de la nave y de la otra orilla del mar es una constante en la obra de nuestro autor, quien recurre a ellas para descubrirnos su estado interior. Todos habitamos en la otra orilla del mar. Navegamos, unos conscientemente y otros llevados por el viento, por el azar, hacia algún destino: «El hombre solo habita / una orilla lejana […] Extranjero de todo / La dicha lo maldice».

Extranjero no sólo de su tierra natal, sino también en la mirada de los otros; extranjero de sí mismo, extranjero de la dicha, de su fábula: «Si supiera qué cielo / perdido hay en mi alma, / qué flor oculta esparce en ella / su historia de desdicha. Nada / me queda para el sueño / de aquel hermoso país blanco». El bardo canta para reconstruir aquel cielo perdido, o sea, el Jardín del Edén, el paraíso. Pero sólo lo puede soñar, como Alicia ante el espejo, porque la realidad concreta repele la realidad imaginaria. No obstante, él cohabita con sus hadas y duendes. No renunciará a este reino jamás. Él oye, ve y convive con los seres del Jardín: «¿Dónde podrías mirarte si no fuera en la fábula, / si está roto en la sombra el espejo de plata?». // «Alguien cruza el jardín / desvelado de fábulas».

“Canto extranjero” es la obra del lamento, del canto hondo y elegíaco. Quessep dedica una sentida elegía a su padre. En ella recuerda la música, las leyendas, la lengua materna, el árabe; las ruinas de Biblios, antigua ciudad fenicia, hoy ciudad del Líbano, Jubail, el cedro, la rueca de las hilanderas, las ánforas, y el sabroso dátil de las palmeras del desierto: «Y me contaba en el idioma / de su lejana Biblos / donde hay un ánfora que guarda / una alondra color de vino […] La soledad de piedra / de esa otra Biblos que es la muerte». // «Si te olvido si no florece una nostalgia / y en la memoria cierra sus páginas un cuento / es que el edén tu nombre amado / será tal vez la muerte». Una vez más, la imagen de su padre aparece más nítidamente cuando más fuerte es el sentimiento que en mi comentario al “libro “El ser no es una fábula” llamé “complejo de Ulises Laertíada”, esto es, la nostalgia de la tierra natal y de los seres amados. Este “complejo” elegíaco no abandonará al poeta en ninguna de las etapas de su creación poética: «Para siempre recuerdo / la piedad de tus ojos en la sombra / donde habitan las fábulas […] Todavía mi alma percibe tu rumor entre las hojas / de aquel blanco jardín».

En el poema “Canto del extranjero”, el más emblemático de este libro, aparte de “A la sombra de Violeta” y “Elegía” nuestro bardo hila –aquí viene de nuevo el símil de la hilandera o del artesano de tapices– los secretos de su alma. Canta, teje y desteje la poesía, porque de esta manera vence la hostilidad que le circunda –como Penélope vence a sus numerosos pretendientes– y nos lleva también a nosotros a visualizar, aunque sea en un abrir y cerrar de ojos, el Jardín de Claudia, como si de Dante el cielo de Beatriz : «Dime el secreto de tu voz oculta / la fábula que tejes y destejes / dormida apenas por la voz del hada / blanca Penélope […] en tu noche se pierde el extranjero / Blancura de isla […] El extranjero asciende a tu colina / siempre más solo […] Jardín de Claudia como por el cielo / Claudia celeste».

El hombre es un ser infieri, en constante búsqueda. Quessep busca coherentemente una verdad que lo sostenga. Escribe, fabula, para construir esa verdad. Verdad que habita en un reino mágico, onírico. Somos parte de ese “país de las maravillas”, mas nos sentimos fuera de él, extranjeros. Cuando descubres, como le sucede a nuestro poeta, que eres parte consustancial de ese Edén, que te hechiza su belleza, entonces se ahonda el deseo volver a él, de echarte a la mar como Ulises que gime por Ítaca.

GIOVANNI QUESSEP: "Canto del extranjero" (1976)

“Canto del extranjero” (1976). Todos tenemos, de alguna manera, derecho a hacernos nuestro universo mental y vivir acorde a ese reino que es sólo nuestro. Tal vez nadie sea capaz de entender del todo qué motivaciones mueven lo hilos de lo que pudiera ser el Edén o el paraíso, el mío o el de otro, realidad imaginaria que se convierte en razón, en causa del arte poético. Ese reino se ve afectado por la amargura, la soledad, la desdicha y la muerte: «Vigiladora de violeta amarga / a la entrada del reino […] De dónde la desdicha / de nuestras naves en la noche blanca?».

En este poemario el autor, que ya ha recorrido trecho en su creación con sus libros anteriores, consolida su genio artístico, es decir, su propia voz. El recuerdo de seres amados que ya no están, pero que perviven en el recuerdo, inundan el alma del poeta con profunda melancolía: «Ni siquiera tus pasos recordados, / ese blanco rumor que te acercaba / por el cielo nocturno / por la oscura vigilia; […] No sé qué soledades / habitan tu alma, / no sé qué cielo impronunciable».

Voz y estilos propios caracterizan a Giovanni Quessep. “Canto extranjero” nos muestra a un poeta con una voz desgarrada, elegíaca, pero también con un estilo sereno, formal, culto. Elementos estos presentes en “El ser no es una fábula” y “Duración y leyenda”. Sus desvelos consisten en hablar de la vida y de la muerte, pero en sueños, así, encantado por las musas: «No han de cerrarse nunca / mis ojos que ya son / el polvo de otra luna […] Hablando en sueños de la muerte / entre flores y las ruinas […] Hablando en sueños de la vida / vendrá una sombra amada».

Ante la imposibilidad de volver al país de origen, a la cuna madre, al lugar de los ancestros, el poeta recrea esa memoria en sus versos. Es consciente de que su pasado se difumina inexorablemente y sólo la palabra hecha fábula poética, que también está sometida al tiempo, mantendrá vivo el recuerdo: «(Tejió el amor la túnica imprecisa) […] Dónde la oculta voz que te nombraba / El extranjero la doliente luna».

El mar, las naves que lo surcan, forman parte del imaginario artístico de Giovanni Quessep. La imagen de la nave y de la otra orilla del mar es una constante en la obra de nuestro autor, quien recurre a ellas para descubrirnos su estado interior. Todos habitamos en la otra orilla del mar. Navegamos, unos conscientemente y otros llevados por el viento, por el azar, hacia algún destino: «El hombre solo habita / una orilla lejana […] Extranjero de todo / La dicha lo maldice».

Extranjero no sólo de su tierra natal, sino también en la mirada de los otros; extranjero de sí mismo, extranjero de la dicha, de su fábula: «Si supiera qué cielo / perdido hay en mi alma, / qué flor oculta esparce en ella / su historia de desdicha. Nada / me queda para el sueño / de aquel hermoso país blanco». El bardo canta para reconstruir aquel cielo perdido, o sea, el Jardín del Edén, el paraíso. Pero sólo lo puede soñar, como Alicia ante el espejo, porque la realidad concreta repele la realidad imaginaria. No obstante, él cohabita con sus hadas y duendes. No renunciará a este reino jamás. Él oye, ve y convive con los seres del Jardín: «¿Dónde podrías mirarte si no fuera en la fábula, / si está roto en la sombra el espejo de plata?». // «Alguien cruza el jardín / desvelado de fábulas».

“Canto extranjero” es la obra del lamento, del canto hondo y elegíaco. Quessep dedica una sentida elegía a su padre. En ella recuerda la música, las leyendas, la lengua materna, el árabe; las ruinas de Biblios, antigua ciudad fenicia, hoy ciudad del Líbano, Jubail, el cedro, la rueca de las hilanderas, las ánforas, y el sabroso dátil de las palmeras del desierto: «Y me contaba en el idioma / de su lejana Biblos / donde hay un ánfora que guarda / una alondra color de vino […] La soledad de piedra / de esa otra Biblos que es la muerte». // «Si te olvido si no florece una nostalgia / y en la memoria cierra sus páginas un cuento / es que el edén tu nombre amado / será tal vez la muerte». Una vez más, la imagen de su padre aparece más nítidamente cuando más fuerte es el sentimiento que en mi comentario al “libro “El ser no es una fábula” llamé “complejo de Ulises Laertíada”, esto es, la nostalgia de la tierra natal y de los seres amados. Este “complejo” elegíaco no abandonará al poeta en ninguna de las etapas de su creación poética: «Para siempre recuerdo / la piedad de tus ojos en la sombra / donde habitan las fábulas […] Todavía mi alma percibe tu rumor entre las hojas / de aquel blanco jardín».

En el poema “Canto del extranjero”, el más emblemático de este libro, aparte de “A la sombra de Violeta” y “Elegía” nuestro bardo hila –aquí viene de nuevo el símil de la hilandera o del artesano de tapices– los secretos de su alma. Canta, teje y desteje la poesía, porque de esta manera vence la hostilidad que le circunda –como Penélope vence a sus numerosos pretendientes– y nos lleva también a nosotros a visualizar, aunque sea en un abrir y cerrar de ojos, el Jardín de Claudia, como si de Dante el cielo de Beatriz : «Dime el secreto de tu voz oculta / la fábula que tejes y destejes / dormida apenas por la voz del hada / blanca Penélope […] en tu noche se pierde el extranjero / Blancura de isla […] El extranjero asciende a tu colina / siempre más solo […] Jardín de Claudia como por el cielo / Claudia celeste».

El hombre es un ser infieri, en constante búsqueda. Quessep busca coherentemente una verdad que los sostenga. Escribe, fabula, para construir esa verdad. Verdad que habita en un reino mágico, onírico. Somos parte de ese “país de las maravillas”, mas nos sentimos fuera de él, extranjeros. Cuando descubres, como le sucede a nuestro poeta, que eres parte consustancial de ese Edén, que te hechiza su belleza, entonces se ahonda el deseo ir volver a él, de echarte a la mar como Ulises que gime por Ítaca.

jueves, 11 de septiembre de 2008

GIOVANNI QUESSEP: "Duración y leyenda" (1972)

“Duración y leyenda” (1972). El aeda utiliza el bagaje cultural y ancestral en la construcción del poema “Epitafio del poeta adolescente”. Acude a la mítica Delos, bañada por los mares, como una isla encantada, y a Ulises Laertes para hacer una declaración de intenciones –cantar, antes de olvidar y morir, su odisea personal– al inicio del poemario. Delos es una de las innumerables islas localizadas en el corazón del mar Egeo. Su actividad mercantil y cultural adquirió gran notoriedad en la antigüedad. Los mitos griegos enaltecieron la isla, en cuyo territorio se edificó el gran templo en honor a Apolo, el gran teatro, la terraza de los leones.

Quessep utiliza también la tradición de la poesía china de Li Po para, a la manera de alegoría, hacernos saber que lo único que le basta es la poesía, su único laurel, y no la gloria del mundo. De ahí su pretensión de darnos a conocer «al que no necesita de la piedra o el bronce para durar […] A aquel que reposa en el bosque vedado / nunca será polvo entre los pinos».

Si en su libro “El ser no es una fábula” ya vislumbrados una poética mítica, fantástica, en “Duración y leyenda” se acentúa aún más este hallazgo. Nuestro autor es “el caballero inocente” que, a la manera de los caballeros andantes de las fábulas quijotescas, no lucha sino para defender y desencantar su dama: «Llevo la lanza púrpura / Y en escudo y espada / Las sangre destellando / Pero ha sido en defensa de mi dama». El tiempo y la desmemoria amenazan a esa dama, que no es sino la belleza, la lírica, el canto, la poesía. De ahí su inquisitiva pregunta: «¿Es nuestro el canto / Durable en su leyenda?».

La historia del poeta teje lo real y lo fantástico. Este dato es esencial. Mito y realidad, leyenda e historia se armonizan de manera que se convierten en una misma cosa: leyenda, Jardín encantado. Ahí está la trasmutación, el salto a lo maravilloso, el encantamiento. Ese es el reino de la poesía, el reino de Orfeo, el de Alicia ante el espejo: «Nuestra historia resulta semejante / a la de esa muchacha maravillosa que penetró en el espejo / Estuvo a punto de desaparecer […] Que lo único que tenía que hacer era despertarse».

El poeta se busca a sí mismo e intenta responder a las grandes preguntas de la humanidad, ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿adónde vamos? Él responde, no como pensador, sino como soñador, como artista de la palabra y dice de una forma muy elocuente: «Tal vez somos un cuento / la nave de Ulises / o el ruiseñor de Keats / (ese pájaro no destinado a la muerte)».

La poética de Quessep está minada de castillos, duendes, gnomos, leyendas, hadas, adivinos, hechizos, encantamientos, sueños, reinos, jardines, fábulas. Todos esos elementos, lejos de ser una banalidad, son los hilos con los cuales el artista teje el tapiz de su poética, si esto es válido hemos dado con una de las claves de su obra, –como hemos dicho de su primer libro “El ser no es una fábula”: «Tejida está de olvido / la ilimitable rosa / Y en el jardín o púrpura aduendada / desdibuja su forma». // «De lo real la rosa fabulada / No tenemos conjuros / Quien crea en la leyenda / Puede mirar las nubes / Verá que empieza a detenerse el tiempo». // «Al borde de las hadas […] Una sola palabra el hondo patio / Te da sombra en el tiempo / Tu historia es lo que sueñas / Lo real es ya fábula naciendo de tu mano».

El temor a ser olvidado, a ser polvo de ruinas persiste en la poesía de nuestro autor: «El ruiseñor cantó / Sobre esta piedra/ Porque al tocarla / el tiempo no nos hiere […] No todo es tuyo olvido / Algo nos queda / Entre las ruinas pienso / Que nunca será polvo / Quien vio su vuelo / O escuchó su canto».

El poeta vive el mundo y lo siente como un sueño o una fábula y eso es lo que canta y cuenta. El medio que tiene para hablarnos de su visión es la palabra, como el músico la música, el pintor la pintura, el escultor la materia o el arquitecto las formas: «La palabra nos sueña / Todo transcurre (El fuego / Regresa a ser penumbra / Viejas colinas cuento».

Finalmente, sin pretender que sea un tópico, me pregunto: ¿Será posible hablar de un “realismo mágico” en la poesía de Giovanni Quessep? Aunque negásemos el cliché, no cabe duda de que realidad y ficción forman un ritmo isócrono de sístole y diástole en la poética del poeta colombiano.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

GIOVANNI QUESSEP: "El ser no es una fábula" (1968).

Iniciamos un periplo por la obra de este notable poeta colombiano, desconocido para muchos. Su poesía, como la de los grandes maestros de la creación artística, me ha cautivado. Sus obras poéticas, publicadas en España bajo el título de “Metamorfosis del jardín”, poesía reunida (1968-2007), Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores, 2007, es una joya patrimonial de la literatura hispanoamericana. Expongo mi lectura de sus poemarios a sabiendas de que siempre nos quedamos cortos en la interpretación o hermenéutica de la obra.

El ser no es una fábula” (1968). Este libro marca el camino que el autor va a seguir a lo largo de toda su obra poética. El hilo conductor con el cual el poeta teje el tapiz de su poética es la nostalgia, la melancolía: «La nostalgia es vivir sin recordar / de qué palabra fuimos inventados». Hay, naturalmente, muchos otros hilos –que trataremos de descubrir a lo largo de sus obras- con los que el artista zurce el tapiz de su fábula.

Podemos subsistir a los lugares y al tiempo gracias a que podemos soñar o, lo que es igual, inventar un mundo, el deseado o el perdido, en el cual poder vivir y superar la adversidad. La vida humana, lo real y lo doloroso, es como un juego de dados en la que a veces se gana o se pierde. El poeta fluctúa entre ambas cosas: «Soñamos y perdemos. Los dados falsos, las huecas imágenes en la tierra». Existe una tensión en el alma del poeta entre el pasado y el futuro. Y esa tensión del presente es la esperanza: «Vamos perdiéndonos, precipitándonos de esperanza […] El resto es camino. ¿Dios? Silencio». Hamlet, del célebre William Shakespeare, en el momento de expirar exclamó: “El resto es silencio”.

La lucha por no perder la memoria, el pasado ancestral es otra constante en la obra de Giovanni Quessep. Esa lucha interior es sufrida en silencio y sosegada con la palabra poética: «¿Algún día no fue nuestro / el mar, su ciclo de labios y pájaros, / su complicado amor, el son eterno de su discordia?» No hay calma en el alma del poeta que, como el mar, se bate en la orilla: «Hoy el silencio se hace nuevamente discordia».

La experiencia humana del creador le impele a madurar en la sombra, es decir, en la soledad. El artista se ve obligado a inventar un mundo en el que pueda, poéticamente, habitar a pesar de las complicadas grietas de la vida: «Nosotros caminamos / a la ausencia / como fantasmas / en la viva sombra». Empujados por el tiempo, por todas las tormentas de la existencia, el poeta comprende que: «La vida no es / el volumen de ser en lo que sueñas. / La vida es esto que madura en sombra».

Cargamos con nosotros mismos, con nuestro cuerpo, con nuestros recuerdos más recónditos. Soñamos lo que fuimos, la nostalgia lo reinventa, y, ante el miedo a la muerte y de que desaparezca eso que somos, sólo nos queda el canto, es decir, la palabra, la única que nos salva de toda negación posible, de la muerte misma desde la cual resurge como un sol el poeta: «Nadie / olvida que morir es esta impura / claridad».

El poeta, que crece en tierra extranjera, conoce su pasado árabe. La nostalgia de la que hemos hecho mención arriba tiene su raíz más profunda en el desarraigo de la cultura y la tierra de la que es oriundo el poeta, o mejor, sus padres y abuelos. Durante muchos años el poeta vive con el alma desgarrada: «Todo es exilio y mar». «Cuando oí su relato del exilio / vino la gran desolación».

Podemos decir que a partir de cuando el poeta tiene conciencia de ser extranjero, de ser otro, de otra raza, que tiene que empezar de cero, sin posibilidad de volver a su tierra ancestral, carcomido por la melancolía, es cuando empieza en verdad a vencer la soledad y el vacío, la nostalgia y la lejanía. Aquí se inicia el canto elegíaco –el complejo de Ulises Laertes-, la poética de la discordia, la fábula, la leyenda, el tapiz de su visión onírica y poética. «Tienes la fábula al fondo, no te afirmas / sino en olvido y músicas pasadas». El poeta vive poéticamente su ser y estar en el mundo y su escritura certifica que realmente cuenta su propia existencia: «El ser no es una fábula, se vive / como se cuenta, al fin de las palabras».

Desde la ficción poética, que es un invención o un dictado a la conciencia, el artista mira las cosas –que son tuyas para cantarlas- como propias, aunque sea como una sombra: «Todo te pertenece en esperanza: / El canto de los pájaros, el nombre / de tu destino […] Nunca los sueños, nunca el paraíso: / Todo te pertenece, en sombra y agua».

El tiempo fluye, con dos cauces, el temporal y el intemporal, eterno, como agua imparable y ese sentido heraclitano de la existencia despierta la intuición del poeta: «No se detiene el agua que te busca, / que te nombra los sueños y las manos. […] Ah doble cauce de tiempo encarnado».

Así las cosas, para ganarle tiempo al tiempo, para sacarle partido a esta vida que es transitoria, aunque con una chispa de no tiempo, es fundamental sentir el amor: «Se ganan días si el amor invade / la hermosura del ser». Sin embargo, al hombre le invade con frecuencia la desolación, la noche, la muerte. La esperanza, que ya apareció más arriba en este poemario, forjada precisamente en esas experiencias duras de la vida, y asumida como actitud vital, llena de sentido: «Cada esperanza tiene su memoria, / su sol de hierro, su llanto de exilio; […] cada esperanza cruza por la muerte / con dura transparencia y dura sombra».

La esperanza despierta en la conciencia humana del poeta la claridad de que no todo está perdido, que hasta de lo que parece que es sombra y nada más, una luz brilla y sale a nuestro encuentro: «Esta luz de la tarde no termina / sino en nosotros: tiempo que revierte / a la esperanza, nos acerca sueños / perdidos en las cosas».

La muerte, que domina el tiempo, amenaza la esperanza e incluso los anhelos, lo sueños del alma humana. Esto es bien importante para el poeta, quien se refugia en la poesía, como un alquimista de la belleza y de la palabra, para hechizar, encantar o exorcizar el influjo atroz del tiempo y muerte: «La muerte comienza a exhalar / ese aroma nocturno, ácido, / que va por dentro de los sueños».

El mar y la soledad son una moneda de dos caras. El mar solo, siempre en discordia, es un símbolo de la soledad del alma del artista, que está en el mundo, exiliado: «El mar que nunca vuelve / nos lleva en su oleaje. […] (Oh exilio y hundimiento / irrefutable.) / La soledad es esto: / El mar en todas partes». «El mar abre la noche, quema sueños / con su tiempo hacia abajo».

Giovanni Quessep, transido de nostalgia y soledad interior, para afrontar los azares de la vida y situarse ante el tiempo y la muerte, intenta responder de forma coherente a todo ello con la palabra. La poesía, con la que fabula y sueña, le da aliento y esperanza. Cantando su soledad, exorciza, encanta, los laberintos, las noches.

lunes, 8 de septiembre de 2008

LA PESTE

Albert Camus, Nobel de Literatura, en su célebre novela “La Peste” de 1947, destaca que el gran sufrimiento de su época, el más hondo y generalizado, era la “separación”. Separación de la familia, de la sociedad, de uno mismo. La causa era la guerra, el exilio, interior y exterior; el hambre y, el peor de todos, la muerte.


Este hallazgo me trae hoy aquí con un hormigueo en la conciencia, en la cabeza. Pienso en nuestro continente, en nuestros países y miro a Honduras con objetividad, la que se puede, y trato de no abstraer demasiado cuál es su talón de Aquiles, su punto más débil y doloroso, lo que más le rasga sus sentimientos. En mi opinión considero que “la peste” que asola a Honduras es un tejido de cosas que tiran las unas de las otras: la violencia, la inseguridad, el desempleo, la miseria, la emigración, el hambre, la corrupción.


El Estado paternalista está separado del pueblo. La justicia está separada del pueblo. El Congreso está separado del pueblo, de la sociedad. El Estado no sufre el dolor de los miserables. Consuela con la mentira, con confites, sin embargo, la realidad se le impone con su peso inexorable. Al fin la necesidad aplasta a la demagogia y por eso se echa la gente a las calles. Esto me hace pensar que puede más la lágrima de una madre que el discurso de un presidente. En fin, sólo el “comal” conoce cuánto calienta el fuego.


Todavía hay gente que vive en su burbuja de cristal, gente que no cree que la violencia o la muerte puede tocar a sus puertas, como en Egipto o en Orán de la que habla Camus y se refugian en el aire acondicionado de los moles o suben los muros a sus casas. Hay quien desafía la peste llevando una vida suntuosa, ostentando con el lujo en charcos de miseria.


Miles de familias se han visto brutalmente separadas de sus seres queridos por un secuestro, un asesinato o porque un día partieron en manada con los “coyotes” en busca de un norte.


Es terrible negociar con el hambre de los pobres. No se puede sepultar en vida la esperanza de quien, con el sudor de su frente, desea ganarse el pan. Con la fuerza del amor podemos aplastar una montaña. Hagamos bien nuestros “negocios” para que ceje la peste, y dé lugar a una nueva época en la que, no sin otras luchas y dificultades, sintamos que no son tantas las cosas que nos separan.

Localización tierra natal, República Dominicana